(en relación al texto: "Psicoanálisis, Hermenéutica y Género" publicado anteriormente en este blog)
Es interesante pensar cómo opera mi ejercicio de la hermenéutica en este texto que, casualmente, habla de eso. Leerlo me hace pensar en términos y premisas desde un punto de ontológico y semiótico. Sucede que trato de leerlo de la forma más despojada y me encuentro con preguntas.
Reconociendo el androcentrismo del psicoanálisis, el hecho de que gran parte de la producción científica haya sido creada y difundida también desde una perspectiva masculina, la primera pregunta que me hago es: ¿hasta qué punto estoy yo, mujer, permeada por esos paradigmas?
El razonamiento es el siguiente: soy mujer pero vivo y me formé dentro de una sociedad donde, desde el punto de vista epistemológico, los paradigmas imperantes en los diversos campos de la ciencia (en un sentido amplio, incluyendo exactas, fácticas y sociales) siempre provinieron de una concepción androcéntrica, donde los genios reconocidos por el canon artístico son en su mayoría hombres y, cuando son mujeres, son vistos en categorías aparte. Entonces, ¿hasta qué punto mi pensamiento es independiente? Inconsciente y constantemente, recibimos mensajes que forman parte de este discurso y, durante nuestro pasaje por la educación formal y nuestro pasaje por nuestra niñez y adolescencia, convivimos con una postura del deber ser mujer. ¿Cómo romper con los paradigmas sin caer en una lucha basada en una visión maniqueísta, donde o bien nos adaptamos al status quo o somos contestatarias?
En el plano semiótico surge la figura de la mujer-madre, símbolo que ha hecho que, tanto mujeres como hombres, comulguen con estereotipos que no siempre favorecen la libertad de acción y pensamiento. Está ampliamente difundido el preconcepto de que la mujer-madre tiene esa actividad como fundamental y que, si se dedica a otras, restándole tiempo a su función maternal, está “actuando mal”. Está ampliamente difundido otro preconcepto que es el de la mujer que solo se siente realizada en la maternidad. Esta idea genera mujeres poco libres ya que es poco libre a la mujer que tiene que resignar su maternidad por tener aspiraciones en otros ámbitos y es poco libre a la mujer que, por dedicarse a la maternidad resigna otras actividades. La pregunta es entonces, ¿hasta dónde somos libres? Es cierto que somos libres de elegir pero, si la opción está condicionada por un discurso y un paradigma ajeno y plantea la situación en términos de correcto o incorrecto, esta libertad no es tal. Es así que vemos mujeres que, por no caer en el formato que se prejuzga como de mujer improductiva, no reconocen su propio deseo. Es por eso también que mujeres y hombres modernos tantas veces huyen de ciertos formatos. La meritocracia se los impide.
Sin desconocer el aporte del psicoanálisis para la comprensión de algunos aspectos del hombre, reconozco que legitima un discurso que anula las funciones femeninas más “sublimes” (por seguir con estereotipos). Tal como ocurre con la función de las personas en la sociedad moderna y tal como ocurre en el arte, la mujer en el psicoanálisis es, en cierta forma, vista como objeto. Es objeto de placer para el niño, es objeto decorativo, es objeto bello. No aparece como el sujeto que crea, construye o cambia el mundo.
Comulgo con el enfoque de la paternidad compartida de Nancy Chodorow. Es por esto que adhiero a quienes promueven un orden social no basado en la conquista fálica de territorios, ámbitos y objetos. Es por esto, que me veo pensar e intento evitar hacer interpretaciones del mundo demasiado permeadas por posturas androcéntricas, autocomplacientes o compasivas. Es porque nací en el siglo XX que me pregunto todo esto y que espero, sin tener una respuesta exacta de cuál fue el resultado y cuál seguirá siendo, haber sido y ser permeada lo menos posible. Es por eso que alguna vez quise desafiar el deber ser de la mujer para ver qué pensaban hombres y mujeres. Es por eso que alguna vez vi con pena algunas colegas de género que querían seguir siendo objeto. Es porque reconozco la existencia de un discurso y un paradigma todavía exclusivo que, aunque muchas veces pienso que lo ideal sería que no fuera necesario, hablo desde un lugar de mujer.
Publicado por Leticia para LA LIBÉLULA MÁGICA a las 16 de diciembre de 2008 01:56 PM
Es interesante pensar cómo opera mi ejercicio de la hermenéutica en este texto que, casualmente, habla de eso. Leerlo me hace pensar en términos y premisas desde un punto de ontológico y semiótico. Sucede que trato de leerlo de la forma más despojada y me encuentro con preguntas.
Reconociendo el androcentrismo del psicoanálisis, el hecho de que gran parte de la producción científica haya sido creada y difundida también desde una perspectiva masculina, la primera pregunta que me hago es: ¿hasta qué punto estoy yo, mujer, permeada por esos paradigmas?
El razonamiento es el siguiente: soy mujer pero vivo y me formé dentro de una sociedad donde, desde el punto de vista epistemológico, los paradigmas imperantes en los diversos campos de la ciencia (en un sentido amplio, incluyendo exactas, fácticas y sociales) siempre provinieron de una concepción androcéntrica, donde los genios reconocidos por el canon artístico son en su mayoría hombres y, cuando son mujeres, son vistos en categorías aparte. Entonces, ¿hasta qué punto mi pensamiento es independiente? Inconsciente y constantemente, recibimos mensajes que forman parte de este discurso y, durante nuestro pasaje por la educación formal y nuestro pasaje por nuestra niñez y adolescencia, convivimos con una postura del deber ser mujer. ¿Cómo romper con los paradigmas sin caer en una lucha basada en una visión maniqueísta, donde o bien nos adaptamos al status quo o somos contestatarias?
En el plano semiótico surge la figura de la mujer-madre, símbolo que ha hecho que, tanto mujeres como hombres, comulguen con estereotipos que no siempre favorecen la libertad de acción y pensamiento. Está ampliamente difundido el preconcepto de que la mujer-madre tiene esa actividad como fundamental y que, si se dedica a otras, restándole tiempo a su función maternal, está “actuando mal”. Está ampliamente difundido otro preconcepto que es el de la mujer que solo se siente realizada en la maternidad. Esta idea genera mujeres poco libres ya que es poco libre a la mujer que tiene que resignar su maternidad por tener aspiraciones en otros ámbitos y es poco libre a la mujer que, por dedicarse a la maternidad resigna otras actividades. La pregunta es entonces, ¿hasta dónde somos libres? Es cierto que somos libres de elegir pero, si la opción está condicionada por un discurso y un paradigma ajeno y plantea la situación en términos de correcto o incorrecto, esta libertad no es tal. Es así que vemos mujeres que, por no caer en el formato que se prejuzga como de mujer improductiva, no reconocen su propio deseo. Es por eso también que mujeres y hombres modernos tantas veces huyen de ciertos formatos. La meritocracia se los impide.
Sin desconocer el aporte del psicoanálisis para la comprensión de algunos aspectos del hombre, reconozco que legitima un discurso que anula las funciones femeninas más “sublimes” (por seguir con estereotipos). Tal como ocurre con la función de las personas en la sociedad moderna y tal como ocurre en el arte, la mujer en el psicoanálisis es, en cierta forma, vista como objeto. Es objeto de placer para el niño, es objeto decorativo, es objeto bello. No aparece como el sujeto que crea, construye o cambia el mundo.
Comulgo con el enfoque de la paternidad compartida de Nancy Chodorow. Es por esto que adhiero a quienes promueven un orden social no basado en la conquista fálica de territorios, ámbitos y objetos. Es por esto, que me veo pensar e intento evitar hacer interpretaciones del mundo demasiado permeadas por posturas androcéntricas, autocomplacientes o compasivas. Es porque nací en el siglo XX que me pregunto todo esto y que espero, sin tener una respuesta exacta de cuál fue el resultado y cuál seguirá siendo, haber sido y ser permeada lo menos posible. Es por eso que alguna vez quise desafiar el deber ser de la mujer para ver qué pensaban hombres y mujeres. Es por eso que alguna vez vi con pena algunas colegas de género que querían seguir siendo objeto. Es porque reconozco la existencia de un discurso y un paradigma todavía exclusivo que, aunque muchas veces pienso que lo ideal sería que no fuera necesario, hablo desde un lugar de mujer.
Publicado por Leticia para LA LIBÉLULA MÁGICA a las 16 de diciembre de 2008 01:56 PM
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