“Semana total”
Lunes: El despertador suena pero no le doy pelota. Sé que tengo sueño. Sé que me voy a dormir. Entonces me entra el cargo de conciencia y lo pongo quince minutos más tarde. Total. ¿Qué son quince minutos? A los quince minutos suena y repito la maniobra. Dos veces más. La tercera es la vencida. Me levanto. Se me hizo tarde, así que tengo que tomarme un taxi. ¿Qué son noventa pesos? Total, estamos a principio de mes.
Tengo sueño. Las letras verdes de la computadora me hacen cerrar los ojos. El sueño lo tengo ahí, en los ojos, no en el cuerpo. Los párpados se me caen y le echo la culpa a la película de anoche, al rímel y a los lentes de contacto. Hay poco trabajo. Extraño a mi ex. Para olvidarme llamo a otro. Como entra mi jefe, no puedo hablar casi nada. Vuelvo a las letras verdes de la computadora que se me entreveran. Me saco los lentes de contacto y me pongo los de armazón. Es peor, las letras se reflejan en los cristales y veo lucecitas. Me acuerdo de mi madre. Ella también usa lentes.
Martes: Encontré la solución. Puse en el monitor un filtro de los viejos, medio mugriento. No veo casi nada hacia el otro lado pero ya no tengo sueño en los ojos. Me llama una compañera de facultad y me avisa que salvé un examen. Me enorgullezco de ser tan inteligente pero me aguanto. Total, en la oficina nadie estudia y no entienden por qué yo lo hago si tengo un sueldo de diez mil pesos.
Como soy tan inteligente, me doy un recreo y me pongo a jugar al buscaminas. Mi jefe entra y se para detrás de mi computadora. Entonces pienso que puede ver el reflejo de las bombas en el filtro y hago Alt-tabulador. Él no se da cuenta de que yo estaba jugando. Me río para adentro y me felicito. Soy una genia.
Miércoles: Antes de gastarme el sueldo en chicles, decido salir de compras. Me levanto a las nueve, recurriendo al mismo sistema de apagar-programar, apagar-programar, apagar-programar. Tomo un taxi hacia el Centro. Gasto menos de lo que pensaba. Es todo gris, negro y bordó. Malditas modas. Me compro un pantalón negro, un buzo gris y otro bordó.
Llego a trabajar un minuto tarde. Mi jefe no se da cuenta pero mañana saldrá en el parte diario y lo marcará con rojo. Para hacer buena letra trabajo más rápido que de costumbre. Entonces me doy cuenta de algo: mi trabajo es siempre igual y me aburre. Quiero dejarlo pero, si lo hiciera, mis viejos me matarían y mi abuelo se retorcería en la tumba. “Aguantá”, me digo, “ya vas a encontrar algo mejor”. ¿Estaré molesta porque mi jefe me hizo escribir escrutinio con eñe, porque, según él, es así y chau? Sí, estoy molesta.
Como si alguien de allá arriba me estuviera escuchando, suena el teléfono. Atiendo. Es el decano de la Universidad para ofrecerme un puesto de asistente. Me siento orgullosísima. Me dice que el sueldo es bueno y me entusiasmo. Me dice cuánto es entonces la cara me cambia. Le agradezco y le digo “no, por el momento”.
Jueves: Me despierta por teléfono una amiga que trabaja de mañana.
“¿Qué vas a hacer el sábado?”
“Pa, ni idea”, le contesto, pensando que mi presión debe andar rondando 9-5.
“¿Vamos a bailar? Tengo invitaciones”.
Le digo que sí y le cuento que me compré un pantalón negro, un buzo gris y otro bordó.
“De los que se usa ahora, ¿viste?”
Cuando llego a la oficina no percibo ambiente de trabajo. Se habla de fútbol y eso te da la libertad de estar en la tuya sin que nadie se dé cuenta. Paso unos apuntes. Cuando termina el debate abierto acerca de la teoría empírico-popular del off-side mal cobrado, todos empiezan a trabajar y ven que estoy haciendo “cosas particulares”. Pero nadie me dice nada. Total, ellos estuvieron divagando más de dos horas.
Viernes: Me llama un amigo para salir pero le digo que no, que llevo días durmiendo poco y que quiero descansar. En realidad no salgo porque sé que él está metido conmigo y a mí no me gustan sus dientes.
Cuando llego a casa miro el informativo, luego el teléfono, después una película, otra vez el teléfono, sigo mirando películas. A las doce dejo de mirar el teléfono. Después de esa hora ya nadie llama a “una casa de familia”. Me engancho con una película-de-juicio, esas que siempre están basadas en una historia real y que terminan con unas letritas en inglés y una voz en off en español que dice “Fulana de Tal fue encontrada culpable de homicidio en primer grado. Actualmente cumple cadena perpetua en la cárcel de Wisconsin”.
Sábado: Me quedé dormida en el sillón. Me puteo por boluda. Mi hermano llega de bailar y se hace un café. Lo puteo por hacer ruido y por tirarme una media en la cara. Camino hasta mi cama. Me da pereza sacarme la ropa, así que me acuesto como estaba. Total, la ropa no era nueva.
A las doce y media me despiertan para comer tallarines. Hay Coca-Cola. Mi hermano se sirve un vaso cada dos minutos. Entonces me doy cuenta de que ayer se tomó todo. Me toca lavar los platos, así que pongo música disco y empiezo. Mi madre me dice que use guantes de goma pero yo hago como que no escuché. Solo sin guantes podés percibir los pequeños trozos de comida que quedan adheridos. Pienso cuántas veces me habré comido los pegotes de otro.
Son las diez. Me meto en la ducha. Mi hermano me abre la canilla de la cocina para que me salga agua fría y me apure. Maldito adolescente. Me visto de estreno. Con el pantalón negro y el buzo gris. Empiezo a pintarme para la noche.
Domingo: La salsa suena y me hace recordar la que tenían los tallarines del mediodía. Es domingo pero queda mejor decir que es sábado a la noche. No me gusta la salsa. Prefiero la música disco pero, como dice mi hermano, ya fue. Todas las mujeres tenemos pantalones negros y buzos grises. Eso sí, los modelos son diferentes. Bailo con un estudiante de Ciencias Económicas. Me pregunta si trabajo o estudio y le digo que las dos cosas. Me pregunta de qué signo soy y le digo que de Virgo. Me pregunta si tengo novio y digo que no pero, como el tipo no me gusta demasiado, agrego “terminé hace una semana”. Hace tiempo que no salgo a bailar. Me canso. Quiero sentarme. Le digo al estudiante de Ciencias Económicas que voy al baño, que enseguida vuelvo pero voy a la barra y me siento. De abajo de una piedra sale mi ex y me dice que estoy linda, me pregunta cómo estoy y dejo que me dé algunos besos. No sirve para nada pero lo extrañaba. No me va a llamar mañana ni pasado, salvo que no tenga otro plan. Pero no me importa. Total. Tengo muchas cosas interesantes para hacer en la semana. Trabajar, estudiar y, tal vez, comprarme ropa.
Leticia Feippe
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Lunes: El despertador suena pero no le doy pelota. Sé que tengo sueño. Sé que me voy a dormir. Entonces me entra el cargo de conciencia y lo pongo quince minutos más tarde. Total. ¿Qué son quince minutos? A los quince minutos suena y repito la maniobra. Dos veces más. La tercera es la vencida. Me levanto. Se me hizo tarde, así que tengo que tomarme un taxi. ¿Qué son noventa pesos? Total, estamos a principio de mes.
Tengo sueño. Las letras verdes de la computadora me hacen cerrar los ojos. El sueño lo tengo ahí, en los ojos, no en el cuerpo. Los párpados se me caen y le echo la culpa a la película de anoche, al rímel y a los lentes de contacto. Hay poco trabajo. Extraño a mi ex. Para olvidarme llamo a otro. Como entra mi jefe, no puedo hablar casi nada. Vuelvo a las letras verdes de la computadora que se me entreveran. Me saco los lentes de contacto y me pongo los de armazón. Es peor, las letras se reflejan en los cristales y veo lucecitas. Me acuerdo de mi madre. Ella también usa lentes.
Martes: Encontré la solución. Puse en el monitor un filtro de los viejos, medio mugriento. No veo casi nada hacia el otro lado pero ya no tengo sueño en los ojos. Me llama una compañera de facultad y me avisa que salvé un examen. Me enorgullezco de ser tan inteligente pero me aguanto. Total, en la oficina nadie estudia y no entienden por qué yo lo hago si tengo un sueldo de diez mil pesos.
Como soy tan inteligente, me doy un recreo y me pongo a jugar al buscaminas. Mi jefe entra y se para detrás de mi computadora. Entonces pienso que puede ver el reflejo de las bombas en el filtro y hago Alt-tabulador. Él no se da cuenta de que yo estaba jugando. Me río para adentro y me felicito. Soy una genia.
Miércoles: Antes de gastarme el sueldo en chicles, decido salir de compras. Me levanto a las nueve, recurriendo al mismo sistema de apagar-programar, apagar-programar, apagar-programar. Tomo un taxi hacia el Centro. Gasto menos de lo que pensaba. Es todo gris, negro y bordó. Malditas modas. Me compro un pantalón negro, un buzo gris y otro bordó.
Llego a trabajar un minuto tarde. Mi jefe no se da cuenta pero mañana saldrá en el parte diario y lo marcará con rojo. Para hacer buena letra trabajo más rápido que de costumbre. Entonces me doy cuenta de algo: mi trabajo es siempre igual y me aburre. Quiero dejarlo pero, si lo hiciera, mis viejos me matarían y mi abuelo se retorcería en la tumba. “Aguantá”, me digo, “ya vas a encontrar algo mejor”. ¿Estaré molesta porque mi jefe me hizo escribir escrutinio con eñe, porque, según él, es así y chau? Sí, estoy molesta.
Como si alguien de allá arriba me estuviera escuchando, suena el teléfono. Atiendo. Es el decano de la Universidad para ofrecerme un puesto de asistente. Me siento orgullosísima. Me dice que el sueldo es bueno y me entusiasmo. Me dice cuánto es entonces la cara me cambia. Le agradezco y le digo “no, por el momento”.
Jueves: Me despierta por teléfono una amiga que trabaja de mañana.
“¿Qué vas a hacer el sábado?”
“Pa, ni idea”, le contesto, pensando que mi presión debe andar rondando 9-5.
“¿Vamos a bailar? Tengo invitaciones”.
Le digo que sí y le cuento que me compré un pantalón negro, un buzo gris y otro bordó.
“De los que se usa ahora, ¿viste?”
Cuando llego a la oficina no percibo ambiente de trabajo. Se habla de fútbol y eso te da la libertad de estar en la tuya sin que nadie se dé cuenta. Paso unos apuntes. Cuando termina el debate abierto acerca de la teoría empírico-popular del off-side mal cobrado, todos empiezan a trabajar y ven que estoy haciendo “cosas particulares”. Pero nadie me dice nada. Total, ellos estuvieron divagando más de dos horas.
Viernes: Me llama un amigo para salir pero le digo que no, que llevo días durmiendo poco y que quiero descansar. En realidad no salgo porque sé que él está metido conmigo y a mí no me gustan sus dientes.
Cuando llego a casa miro el informativo, luego el teléfono, después una película, otra vez el teléfono, sigo mirando películas. A las doce dejo de mirar el teléfono. Después de esa hora ya nadie llama a “una casa de familia”. Me engancho con una película-de-juicio, esas que siempre están basadas en una historia real y que terminan con unas letritas en inglés y una voz en off en español que dice “Fulana de Tal fue encontrada culpable de homicidio en primer grado. Actualmente cumple cadena perpetua en la cárcel de Wisconsin”.
Sábado: Me quedé dormida en el sillón. Me puteo por boluda. Mi hermano llega de bailar y se hace un café. Lo puteo por hacer ruido y por tirarme una media en la cara. Camino hasta mi cama. Me da pereza sacarme la ropa, así que me acuesto como estaba. Total, la ropa no era nueva.
A las doce y media me despiertan para comer tallarines. Hay Coca-Cola. Mi hermano se sirve un vaso cada dos minutos. Entonces me doy cuenta de que ayer se tomó todo. Me toca lavar los platos, así que pongo música disco y empiezo. Mi madre me dice que use guantes de goma pero yo hago como que no escuché. Solo sin guantes podés percibir los pequeños trozos de comida que quedan adheridos. Pienso cuántas veces me habré comido los pegotes de otro.
Son las diez. Me meto en la ducha. Mi hermano me abre la canilla de la cocina para que me salga agua fría y me apure. Maldito adolescente. Me visto de estreno. Con el pantalón negro y el buzo gris. Empiezo a pintarme para la noche.
Domingo: La salsa suena y me hace recordar la que tenían los tallarines del mediodía. Es domingo pero queda mejor decir que es sábado a la noche. No me gusta la salsa. Prefiero la música disco pero, como dice mi hermano, ya fue. Todas las mujeres tenemos pantalones negros y buzos grises. Eso sí, los modelos son diferentes. Bailo con un estudiante de Ciencias Económicas. Me pregunta si trabajo o estudio y le digo que las dos cosas. Me pregunta de qué signo soy y le digo que de Virgo. Me pregunta si tengo novio y digo que no pero, como el tipo no me gusta demasiado, agrego “terminé hace una semana”. Hace tiempo que no salgo a bailar. Me canso. Quiero sentarme. Le digo al estudiante de Ciencias Económicas que voy al baño, que enseguida vuelvo pero voy a la barra y me siento. De abajo de una piedra sale mi ex y me dice que estoy linda, me pregunta cómo estoy y dejo que me dé algunos besos. No sirve para nada pero lo extrañaba. No me va a llamar mañana ni pasado, salvo que no tenga otro plan. Pero no me importa. Total. Tengo muchas cosas interesantes para hacer en la semana. Trabajar, estudiar y, tal vez, comprarme ropa.
Leticia Feippe
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Comentarios