Erase que se era una ciudad
llamada Bebal, que quedaba a orillas de un mar muy azul que se volvía muy verde y muy gris en
los días de tormenta.
Bebal no era una ciudad como
otras ciudades con su calle principal y sus edificios principales, con sus
rascacielos y sus parques.En realidad sí lo era, pero sólo en apariencia. Porque
Bebal era una corbatocracia.
No estoy hablando de corbatas
que hablaran y que gobernaran la ciudad.
Lo que sí ocurría en Bebal
es que la corbata era para ellos no solamente el artículo más importante de la
vestimenta sino también una pieza imprescindible para el funcionamiento normal
de esa ciudad.
Es que en Bebal no
solamente usaban corbata los bancarios y los oficinistas .Las mujeres también
llevaban corbata (con moñitas y con flores pintadas), los niños y las niñas;
los perros y los gatos en las plazas, los sapos, las girafas y los monos del
zoológico. Hasta las mariposas si uno las miraba bien, volaban de unas flores a
otras llevando, alrededor de sus pequeñas cabezas una diminuta corbata.
Los habitantes de Bebal
solían llevar estas corbatas en invierno y en verano. A nadie se le ocurría ir
a la playa sin ellas_ hubiera sido un escándalo, como estar desnudos. Tampoco
se sacaban las corbatas en la ducha-tan acostumbrados estaban todos a llevarlas
en esta corbatocracia.
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Ilustración: RossanaPiccini |
Los pobladores de Bebal
llevaban las corbatas tan pero tan apretadas que tenían siempre en sus rostros
un color ligeramente azulado y un periodista de una ciudad vecina había escrito
sobre ellos diciendo que los Bebalenses tenían seguramente sangre azul en sus
venas. Demás está decir que a este periodista le ofrecieron una corbata de oro
y las llaves de la ciudad en reconocimiento de su eterna amistad con la
ciudad de Bebal y sus nobles habitantes.
Además de nobles los habitantes
de Bebal eran honestos, prolijos y ordenados. Nunca tenían mal humor ni se
ponían nerviosos o groseros. O al menos casi nunca. Porque existía en Bebal una amenaza constante, un peligro
espantoso que solía acecharlos: un
terrible pirata.
Este pirata loco porque así
lo llamaban _no tenía ni gorro de pirata , ni galeón con bandera, ni loro, ni
siquiera una espada. Solamente llevaba una camisa con el cuello abierto y
tenía las mejillas redondas y rosadas. ¡Ah!
Me olvidaba. También tenía una moto verde metalizado, que zumbaba como un
abejorro. Cuando los habitantes de Bebal sentían rugir sus motores salían
corriendo a esconderse en sus apartamentos y en sus casas porque este horrible
pirata tenía un enorme par de tijeras con el cual les cortaba sus corbatas. Sin
que se dieran cuenta las metía en un bolso y desaparecía tan rápido que nunca
habían podido alcanzarlo.
Lo único que tenía este
pirata en que sí se parecía a un pirata era un cofre muy grande de madera. Nadie
lo había visto pero todos sabían que existía. Todos los habitantes de
Bebal tenían una opinión sobre lo que
guardaba allí el pirata. Los más viejos murmuraban que escondía lingotes de oro
del naufragio de un barco que había entrado
hacía un siglo en la bahía; otros repetían que lo tenía lleno de serpientes
venenosas. Las abuelas asustaban a los niños diciéndoles que allí escondía los
bebes que robaba y que sólo los devolvía a sus casas cuando estaban
viejos y enfermos
La cara del pirata
aparecía en los diarios y en todas las revistas. Cuando venía en su moto los
hombres se metían en los zaguanes y en los sótanos, las mujeres se tapaban los
ojos y los niños lo espiaban detrás de las ventanas.
Sin embargo hubo un tiempo
en que los Bebalenses dejaron de preocuparse tanto por los ires y venires del pirata. Una gran sequía comenzó a asolar
a todas las ciudades vecinas de Bebal. Los animales se volvían cada vez más
flacos y la tierra se volvió tan gris y
reseca que se parecía a la superficie lunar. Bebal no podía conseguir de esas
ciudades vecinas ni trigo, ni fruta ni leche fresca. Tenía que comprarlo a
otras ciudades lejanas, que demoraban días en traerlos y cobraban carísimo.
Los Bebalenses no sabían qué
hacer. Un concejal propuso rezar a un dios corbata y hacerle danzas todas las
mañanas para que les llegara la lluvia a las ciudades cercanas, pero los
Bebalenses se sintieron ridículos. Por
orden del gobierno se hicieron grandes ahorros de energía: ya no se podía
escuchar la radio ni los discos ni tampoco ver la televisión .La ciudad ya no
prendía más sus carteles luminosos y aquellos que vivían en rascacielos debían
subir por escalera y llegaban un poco más azules a sus casas.
A los Bebalenses se los veía
más delgados y grises, tan tristes y tan preocupados que ni siquiera se
ocupaban de organizar su concurso anual de los mejores nudos de corbata.
Un día sin embargo los
Bebalenses despertaron para encontrar un elemento distinto en el paisaje. A la
bahía había llegado una embarcación pequeña con velas multicolores. A medida
que se acercaba el barco hacia el puerto los bebalenses más curiosos podían ver
como el viento movía las velas que habían sido fabricadas con retazos
brillantes de colores. Grande fue su sorpresa también cuando reconocieron a
bordo de la nave al pirata sin corbata y a su temido cofre. Sin embargo, los
habitantes de Bebal estaban tan pero tan tristes a causa de la sequía que ni
siquiera se escaparon o intentaron capturarlo.
Vengo en son de paz_ dijo el
pirata que movía por las dudas un
pañuelito medio arrugado y blanco_ Para que vean que es cierto lo que les digo
voy a abrir frente a ustedes este cofre.
Los Bebalenses se miraron,
algunos divertidos, otros curiosos y algunos fantaseando con que salieran
horribles lagartijas y serpientes asesinas. Pero ante la sorpresa de todos el
baúl contenía solamente corbatas. Miles y millones de corbatas de todos los
matices y formas.
He venido a devolverles las
corbatas, pero con una condición_ dijo con voz muy seria aunque siempre con sus
mejillas gordas y rosadas_ deberán entre todos ayudarme a fabricar una red.
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Ilustración: RossanaPiccini |
Lógicamente con todos estos
acontecimientos los habitantes de Bebal comenzaron a aflojarse las corbatas. Ya
no se los veía tan azules. Algunos propusieron nombrar alcalde perpetuo de la
ciudad al pirata sin corbata pero el dijo que no, que prefería con las corbatas
que le habían sobrado fabricar una carpa para un circo y dedicarse a algo que
él siempre había hecho en otras ciudades_ porque él en realidad no era un
pirata sino un payaso profesional.
Poco a poco todos los
habitantes de Bebal dejaron de usar sus corbatas para todas las ocasiones.
Primero fueron las mariposas y los animales del zoológico, luego los perros y
los gatos; las niñas y los niños imitaron su ejemplo y las mujeres demoraron un
poco pero acabaron renunciando a una prenda tan incómoda. Varios hombres
siguieron el ejemplo y continuaron usándola, pero eso sí, más floja y cuando se
les daba la gana. Los ejecutivos y los industriales consintieron en sacárselas
al menos en la ducha y en la playa. Unos pocos bebalenses siguieron sus
antiguas costumbres y aun puede vérselos hoy en día con las caras azules y
congestionadas, respirando con dificultad y con los ojos ligeramente saltados.
Bebal no es recordada ya por
sus corbatas sino por su pintoresco puerto y por su gigantesco circo de payasos
y acróbatas.
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Reproducido con autorización de la autora
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